Ética Juridica y profesional

 

18 de octubre, 2011, Rafael del Rosal

El futuro de la Abogacía

Artículo publicado por el autor en el suplemento jurídico del diario EXPANSIÓN del día 18 de octubre de 2011, en el que plantea el futuro como proyecto ético cuya viabilidad se juega en las normas y en su deliberación general e igualitaria, centrando el de la Abogacía en las normas de su nuevo Estatuto General y en su capacidad para someter a regulación universal a los nuevos despachos societarios, dotándolos de un Código Ético y un Régimen Disciplinario propios, tributarios de los del abogado y su función de la defensa.

Nada hay más incierto que el futuro ni más deseado que su conquista. Es lo que dice el potentado Noah Cross (John Huston) al investigador privado Jake Gittes (Jack Nicholson) en la sombría y magistral película Chinatown (Roman Polanski 1974) cuando, en uno de sus encuentros ya avanzadas las pesquisas que lo conducen hasta él como centro de una trama de corrupción que asola la ciudad de Los Ángeles, le pregunta: – “¿Cuánto dinero tiene, Sr. Cross? … ¿Qué podría Vd. comprar con él, que no haya comprado ya? y, replicando su descaro con amenazante cinismo, le contesta: – ¡El futuro, señor Gittes, … el futuro!”.

Pero tampoco hay nada más esquivo que el futuro para gentes tan crecidas como Noah Cross, cuando se lanzan a su conquista en solitario y a cualquier precio. Bien lo supo su trasunto real Rupert Murdoch cuando en julio pasado hubo de renunciar a la compra del operador británico de televisión de pago “BSkyB”, al estallarle en el rostro el escándalo por los sucios manejos de su diario “News of de World”. Tal es la razón por la que los antiguos griegos expropiaban el destino incluso de la mano de los dioses y por la que, en el pensamiento moderno, el incierto futuro solo puede plantearse como un proyecto común, fruto del esfuerzo y las renuncias del común y para bien del común, bajo unas reglas que lo promuevan. Algo así como un “proyecto ético” cuya viabilidad se juega en las reglas: en la cantidad de crédito de supervivencia que sean capaces de trasladar del individuo a la comunidad y en la amplitud e igualdad del número de individuos que participen en su deliberación. Lo que traslada la batalla del futuro a las reglas y las convierte en objeto central del ejercicio del poder y de la pugna del común por participar en él, desde la declaración de independencia de los Estados Unidos de Norteamérica hasta nuestros indignados del 15M.

Batalla a la que no escapa el futuro de la abogacía, cuyo proyecto ético se ventila estos días en su nuevo Estatuto General que deberá incorporar a su regulación a los nuevos despachos societarios, resolviendo dos cuestiones fundamentales: si las Sociedades Profesionales de la abogacía serán obligatorias, con su colegiación, para todas las que lo sean materialmente y si tendrán un Código Ético y un Régimen Disciplinario propios, tributarios de los del abogado y su función de la defensa. Es decir, si para acumular crédito de supervivencia colectiva -primera garantía para la viabilidad de su futuro- conseguirá su sometimiento real y universal a la regulación y a los deberes éticos del abogado, estables desde siempre a escala global, como los de guardar secreto profesional, evitar la defensa de intereses contrapuestos o la captación de clientela por intermediarios a comisión, manteniendo la prohibición de prácticas empresariales como las “murallas chinas”, la “externalización” (outsourcing) no colegiada o la “intermediación”, que tanto riesgo generan de romper la confianza social sobre la que descansa su futuro sostenible, por ser tan propensas a la aparición de burbujas y de personajes indeseables y típicos de su Commedia dell’arte como los Cross, Murdoch, Madof y Cía. Es lo que enseña el pasado -único vestigio del futuro- con solo mirar al abismo económico al que ha conducido la desregulación del sistema financiero global.

Que sea discutible y el debate sea abierto y enconado es lo suyo para segunda garantía de la viabilidad del proyecto ético, bastando guardarse al punto de los profetas que, en el ardor de la controversia, vaticinen que las citadas prácticas empresariales son el futuro ineluctable de la abogacía, cuando sólo son prácticas de siempre que, vestidas de visionaria revelación, pugnan por ver autorizadas mañana.

Arduos dilemas éticos y denodado esfuerzo resolverlos en común que, a la incertidumbre del futuro, añaden la de saber cuándo lo conquistará la abogacía porque haya sido entre todos y para todos. Pero no conviene desmayar ni entregarse a la melancolía, porque siempre seremos abogados y siempre nos ayudarán a corregir nuestros errores aquellos a los que nos debemos que, además, pagan las costas. Es lo mejor del futuro: que continuamente nos espera.