Ética Juridica y profesional

 

29 de abril, 2019, Rafael del Rosal

El Congreso Nacional de la Abogacía Española

Artículo publicado por el autor en el nº 22, abril de 2019, de la revista Iuris&Lex que edita el diario «El Economista», en el que reivindica la recuperación del Congreso Nacional de la Abogacía como Congreso deliberativo y no expositivo o aquellos en los que los Órganos de Gobierno de la Abogacía someten a ésta sus propuestas normativas en ponencias que, bajo reglamento, son debatidas en Comisión pudiéndose presentar enmiendas para ser votadas en Comisión y, en su caso, en Plenario, para alcanzar conclusiones que si bien no son vinculantes sí serán condicionantes, conformando el control político del gobierno corporativo en todos los frentes normativos de su competencia.

El próximo mes de mayo está convocado el XII Congreso Nacional de la Abogacía Española, que celebrará sus sesiones los días 8 a 11 en la ciudad de Valladolid bajo el lema “Fuimos presente, somos futuro”. En la página Web del Consejo General de la Abogacía y en la último número de la revista “Abogacía Española” se puede consultar su programa

A su vista, resulta imposible no quedar absolutamente impresionado con su ambicioso temario, formidable por su variedad y amplitud, sin que pueda decirse que quede fuera del mismo tema alguno de los que señalan el momento y el devenir de la profesión, tanto en la Función como en la Empresa de la Defensa, incluidos cuantos pudiéramos considerar de “alcance “político” o aquellos en los que se ventila la regulación de sus instituciones y su régimen.

Tampoco puede uno evitar rendirse y felicitar calurosamente a nuestro máximo órgano rector de la abogacía por el acierto y la talla del elenco de los ponentes propuestos, todos de primer orden y, algunos de ellos como Miquel Roca o Antonio Garrigues, fuera de categoría por su trayectoria personal, profesional y política y verdaderas figuras estelares de la abogacía patria y, desde luego, universal.

Se comprenderá pues fácilmente, que es muy posible que nos encontremos ante el más grande y nunca jamás igualado Congreso de los de su clase. Es decir, de lo que podríamos denominar “congresos expositivos”, en los que los asistentes vienen invitados a “aprender, formarse, conocerse y disfrutar” en hermandad y en los que, sobre todo, se comparten varios días de agradabilísima relación con los compañeros de toda España en tan necesario como furtivo asueto.

Lo que resultaría digno del máximo contento y encomio si no fuera porque no es ese tipo de Congresos a los que está llamada la profesión de acuerdo con su Estatuto General y sus necesidades, si se tienen presentes tres circunstancias de primer orden: que, de acuerdo con su Estatuto el Congreso Nacional de la Abogacía es su máximo “órgano consultivo”, que sus órganos institucionales y de gobierno tienen competencias regulatorias y que también les asiste la función de intervenir y ser oídos en todos los procesos legislativos que se refieran a la profesión o profesiones y su regulación o fueren de su auto-considerado interés.

Circunstancias netamente “políticas”, que imponen Congresos “deliberativos” en los que, debidamente reglamentados, los dirigentes institucionales de la profesión vienen llamados a someterle sus propósitos normativos mediante ponencias, ante las que los congresistas puedan opinar en primera persona, pudiendo plantear sus enmiendas a debate y votación en comisión y, en su caso, en plenario, para tomar conclusiones no vinculantes pero sí condicionantes, conformando el control político del gobierno corporativo en todos los frentes normativos de su competencia.

Lejos por tanto de ese tipo de Congresos “expositivos” a los que se ha entregado la profesión tras la transición iniciada en Zaragoza (IX, 2007) y culminarán con el convocado este año en Valladolid (XII), y en los que, bajo formato de deslumbrante y colorido parque temático, tan al uso en las claudicantes democracias occidentales, los congresistas se limitarán a ser oyentes de sabios y expertos que les explicarán cosas ya decididas o que, en cualquier caso, nunca decidirán o ayudarán a decidir.

Congresos expositivos en los que indebidamente se denominan “debates” a lo que en modo alguno lo son, toda vez que en sesiones de cuarenta y cinco minutos y concluidas apretadamente las exposiciones, si acaso hay tiempo se podrán formular por escrito preguntas que, debidamente seleccionadas, se responderán por los ponentes de forma escueta y sin más réplica, para salir corriendo al autobús y llegar al concierto, a la exposición o a la recepción programada en las actividades sociales o culturales colaterales del gran evento.

Congresos, en una palabra, en los que la abogacía española ha sido finalmente expropiada de su derecho político a controlar al gobierno de la profesión en su función regulatoria, participando en su ejercicio, para quedar relegados sus miembros a meros y dóciles alumnos que a lo sumo podrán formular preguntas pero en modo alguno articular “políticamente” su opinión.

Siendo con todo lo más grave de ese proceso expropiatorio y como reverso del mismo, de un lado el adelgazamiento del texto estatutario en la regulación del Congreso, que en lugar de ir acentuando su carácter político y su obligada conformación más arriba descrita, camina adelgazando para “legalizar” su carácter de “parque temático expositivo” ya glosado. Lo que se podrá comprobar consultando su vigente título VII y el famélico art. 110 del “no nato” de 2013.

Pero de otro, siendo éste el principal designio final de la derrota seguida, la aparición primero y la proliferación galopante posterior y actual, de “comités de sabios” no estatutarios, adosados a los órganos rectores de la abogacía institucional donde, en una mezcla abigarrada de juristas singulares, transeúntes de puertas giratorias de la administración pública, catedráticos y lobistas no identificados del sector, se cocinan los textos normativos deseados a gusto de lo consensuado por lo más distinguido de sus operadores, que luego explican a la plebe en lo que queda de los Congresos.

Lo dicho, vamos al Congreso, vámonos de feria: turrón, caballitos y networking.